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Horizontes divergentes

Acciones en territorio - Residencia Navegable Radicante -  LiquenLab, Chile. 
Work in progress - 2021-2022
Colaboración técnica Demian Ferrari

¿Cuántos horizontes son posibles distinguir? ¿Es sólo una línea imaginaria que separa la tierra del cielo o la tierra del mar como elementos yuxtapuestos ? Es igual su percepción en la antigüedad que en los actuales tiempos hipertecnologizados? ¿en el Sur Global que en la Europa hegemónica? ¿Podemos desarticular nuestra percepción e identificar otros efímeros y frágiles horizontes que nos territorialicen? ¿Es posible hacer dialogar la línea imaginaria de creación humana con otras agencias no humanas que acontecen en el maritorio? ¿Es factible ralentizar lo percibido para habilitar otras percepciones que ignoramos?

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El horizonte es un dispositivo necesario para anclarnos: define el más allá y el más acá y determina nuestro mundo terrenal desde límites imaginarios y abstractos.  Nos estructura y ordena; nos define como terrestres. El horizonte es un actor intangible e inalcanzable que nos contextualiza y dimensiona. Es una entidad abstracta que representa la percepción y sensación humana tal como lo visualizamos en las obras románticas del siglo XIX de  Caspar D. Friedrich a través de sus representaciones de la naturaleza sublime y sus horizontes inmensos que nos minimizan y se imponen.

Si el horizonte es un concepto humano, no puede tener un único significado. Debe tener cientos y contextuales. Para el pueblo Kawésqar que habitaba la zona austral de Chile, el horizonte definía dos mundos: el mundo terrenal y el mundo de los espíritus de las personas que fallecían. La línea del horizonte era el cruce,  el límite entre la vida y la muerte. Los espíritus cruzaban a Hoik-alowe como era denominado ese lugar más allá del horizonte para seguir acompañando al pueblo desde otro lugar. 

Durante la navegación en el maritorio por la región de los fiordos del Estrecho de Magallanes y la Antártica Chilena en el marco de la Residencia Navegable Radicante llevada a cabo por el laboratorio de creación e investigación territorial LiquenLab, la percepción del horizonte fue resignificada. Como primera acción/intuición, se propuso generar un dispositivo electrónico constituido por una brújula y un giróscopo para recolectar los horizontes perceptibles dentro de la embarcación Maripaz II en la cual se llevó a cabo la travesía.  El mismo tomó los datos del balanceo del barco producto del movimiento de las mareas y los traducía a gráficos lineales que representan los horizontes percibidos por los navegantes en una temporalidad extendida para poder visualizarlos individualizados pero interconectados.  Los resultados fueron “partituras” temporales únicas e irrepetibles, que no son sino productos generados de manera conjunta por las agencias entrelazadas del entorno:  la acción del viento, las mareas y los astros que las producen, las resistencias que ejerce la embarcación a esos factores de acuerdo a su peso y al de las personas que la ocupan,  la agencia del dispositivo de sensado que se ocupa de recolectar esas instancias de interconexión, y la humana a través de las decisiones causales de navegación de la tripulación de la embarcación y las generadas mediante programación.

 

 

 

 

 

 

Las líneas son temporalidades:  de calma, de violencia, de resistencia. El horizonte se convierte en un conjunto infinito de individualidades superpuestas,  perceptibles mediante la materialidad digital que se vuelve recurso para desarmar la percepción.  En el maritorio, las formas de habitar se vuelven distintas: nuestra falaz centralidad como especie se desvanece y como vivientes nos convertimos en un nodo más de una red viva que fluye circularmente entre agentes bióticos y abióticos.

 

Todo se constituye como un complejo metabólico interrelacionado donde la confluencia es el leitmotiv y el encuentro interespecie es la forma de existir. Nos volvemos "conjuntos polifónicos", en palabras e Anna Lowenhaupt Tsing, entre humanxs y no-humanxs: ensamblajes simbióticos en un entorno armónico de mundos superpuestos.

 

El mar hace temblar nuestra hegemonía cotidiana: hay reglas que impone que hacen que nos contaminemos inherentemente con él para sentirlo y entrelazarnos. No es posible habitarlo sin abrazarlo: su oleaje, sus mareas, su violencia en perspectiva humana, genera que nuestros cuerpos deban adaptarse a su vaivén y coexistir con él. No es posible la estaticidad en este territorio fluido. Su movimiento modifica el nuestro y nos diluimos en su acuosidad. Los horizontes se hacen múltiples, diversos, divergentes. 

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